Del Urbanismo
“A la música va unida cierta falta de urbanidad porque daña la libertad de los demás.” Immanuel Kant (1724-1804)
Si Kant hubiera nacido para esta época vería que la cosa no cambió mucho con respecto al siglo XVIII en el que vivió y desarrolló toda su obra. Por aquellos tiempos la música era ejecutada por orquestas de diversa cantidad de músicos o por algún solista trovador callejero. El lugar para determinado tipo de música eran los teatros y para las masas las obras se ejecutaban en las plazas públicas. ¿En qué radica la falta de urbanidad a que Kant hace referencia? Justamente a está última situación en la que la orquesta ejecuta su música en lugares públicos donde todos, público asistente y vecinos resignados, están expuestos a escuchar, quieran o no y sean o no de su agrado, las obras ejecutadas.
Kant creía en la libertad de los individuos y sus creencias éticas (Crítica de la razón práctica -1788) son el resultado. Pero ésta libertad no era la de la idea anárquica de libertad, la que cada cual hace lo que le venga en ganas, sino en una libertad supeditada a leyes de gobierno, de convivencia, que establezcan un orden y respeto por el “otro” y por la vida en sociedad.
El orden social, como vemos, no solo lo establecen las leyes, columna vertebral de todo orden social, también lo conforman pequeñas y tácitas leyes o normas que hacen a la vida cotidiana y al orden, en especial, en las grandes ciudades. Estas leyes son las de “urbanidad”, necesarias para una convivencia social en armonía.
Las normas de urbanidad van desde cuestiones simples que hacen al trato con el “otro”, o sea, cómo relacionarnos como personas: el saludo, las gracias, el pedir permiso, hasta cuestiones de orden más complejas como las leyes y normas de tránsito.
Ninguna sociedad que se precie de “civilizada” puede prescindir de ellas y cuanto más compleja es la sociedad, más normas necesita y mayor es la necesidad de respetarlas y hacerlas cumplir.
El grado de civilidad de una sociedad lo da, ya no la cantidad de normas a cumplir, sino el respeto que la sociedad tiene por ellas. Respeto que se enseña con el ejemplo y con la educación desde temprana edad.
Nada nos está mostrando que esto último suceda en una sociedad como la nuestra. Me refiero a que cotidianamente vemos la desatención y la falta de respeto que se tiene por las normas de urbanidad. Las palabras “buen día”, “gracias”, “por favor”, “con permiso”, entre otras, cada ves se escuchan menos. El respeto por las normas y por el otro en el tránsito es inversamente proporcional a la cantidad de accidentes y muertos en las calles y rutas.
Cosas elementales como cuidar la cuidad no es algo que se vea comúnmente. Desde la suciedad en las calles, las pintadas en las paredes o el papel de caramelo que dejamos caer, todo suma al cuidado y el respeto por los demás. Poca es la gente que está advertida que la ciudad es la extensión de nuestra casa, que en ella también vivimos, transitamos y disfrutamos de la vida. Y también -y éste es el punto más complicado- convivimos con otros, porque, nos guste o no, de eso se trata de vivir en sociedad y hacernos cargo de la parte que nos toca y esa parte se llama “deberes de ciudadano”.
De los “derechos” que tenemos como humanos primero y como ciudadanos después, hablamos y nos hablan todos los días, pero en una sociedad todos sus integrantes tienen tantos “derechos” como “deberes”, y de éstos últimos nadie habla.
Lo preocupante es que nada se hace para revertir la situación desde ningún estamento. Mucho les hablan los padres y maestros a los chicos sobre sus derechos como ciudadanos, pero poco se les dice, y mucho menos se les exige que cumplan sus deberes como hijos y como alumnos. Se hacen campañas sobre “los derechos del ciudadano”, los “derechos del trabajador”, los “derechos del consumidor”, pero de los deberes que como ciudadanos o trabajadores debemos cumplir, casi nada se nos dice. Las campañas de educación vial, por sí solas, no son suficientes. Pocas son las escuelas que incluyen el comportamiento urbano como materia de estudio y, por supuesto de práctica. Parece que el respeto debe ser del otro hacia nosotros, nunca a la inversa. La responsabilidad ciudadana, el comportamiento urbano y, curiosamente, la educación le es exigida al otro. Los demás “nos deben”, casi con obligación, ceder el paso, darnos las gracias, no arrojar papeles a la calle, respetar los semáforos, las barreras, cederle el asiento a los acianos y embarazadas, escuchar música a un volumen que no moleste a los demás -como se quejaba Kant-, entre otras cientos de normas que hacen al comportamiento humano en sociedad.
Podemos tener y ser dueños de una ciudad con los adelantos tecnológicos más avanzados, los mejores autos, los medios de transporte más eficientes, los rascacielos más altos, pero caminando por las calles también se ve y se pone en evidencia el atraso cultural y la chatura de una sociedad que no sabe convivir y que no respeta las normas de urbanidad.